[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.El rey tenía bajo su man.do a cerca de un millar de caballeros, mil doscientos lanceros mer-cenarios, cuatro mil lanceros turcos y un cuerpo de infantería deunos quince mil mercenarios, armenios y algunos peregrinos beli-gerantes armados con lanzas.En arqueros solamente, De Lusignany sus nuevos aliados contaban con unos dos mil hombres.La con-fianza de De Lusignan creció al comprobar que tenía unos veinti-dós mil guerreros, lanceros e infantes bajo su mando.Su vanidadalcanzó su punto más alto.-¡Barreremos al maldito Saladino de Tierra Santa! -gritó.Belami dio un respingo como si le hubieran golpeado.-¡Oh, Abraham! -gruñó-.Mi sabio y viejo amigo, cuántarazón teníais.Los dioses han enloquecido al nuevo rey.El ejército de Saladino, un total de por lo menos cuarenta milhombres, se encontraba acampado en Kafar Sebt, a siete millas al sur124de la fortaleza del conde Raimundo en Tiberias.El jefe sarracenodominaba el camino principal a Tiberias y Sennabra.El castillo esta-ba fuertemente guarnecido, y su senescal era la esposa del condeRaimundo, la temible princesa Eschiva.Mediante veloces mensajeros, que milagrosamente salvaron elpellejo al atravesar como un rayo los puestos avanzados de Saladino,mandó urgentes peticiones de ayuda al rey Guy de Lusignan.Elmomento de decisión había llegado.Bernard de Roubaix le había explicado a Simon en una ocasióncuán vital era el agua para los templarios.Para todos los cruzados, lafalta de ese elemento estratégico podría ser el factor más siniestro enel horror que se avecinaba.Las fuerzas francas se habían concentrado en las Fuentes deCresson, el lugar que los sarracenos llamaban Saffuriya, y el sitio don-de tuvo lugar la reciente y humillante derrota de Gerard de Ridefort.-Al menos tenemos agua -comentó Belami.El humor de Simon pasaba del júbilo ante la perspectiva delfuturo choque a la natural aprensión causada por la espera del inlcio de la batalla.En el lenguaje de los soldados, «sudaba» las horasprecedentes al ataque.Como todos los jóvenes guerreros, Simontenía la sensación de que era inmortal.No le temía a la muerte,sobre todo desde las demostraciones que Abraham-ben-Isaac lehabía hecho sobre la proyección voluntaria del espíritu.Pero eljoven servidor templario tenía ahora, en 1187, sólo veinticuatroaños y tenía más miedo a caer gravemente herido que a morir.Lamayoría de los jóvenes sentían horror ante la clase de herida quele había quitado la virilidad a Raoul de Cre~y.Simon ya había sidoherido en la batalla del puente cerca de Orange.Sabía qué era eldolor.Pero la idea de morir no le preocupaba.Sólo le perseguía laduda de no estar a la altura de las expectativas de Belami y su tutorcon respecto a él.Belami, en cambio, no tenía esas dudas.Sabia que Simon secomportaría como un hombre.El veterano había estado numero-sas veces muy cerca de la muerte como para temerla, y su fuerte ymoreno cuerpo conservaba las cicatrices de muchas honorables heri-das; pero, como viejo soldado, sufría el «sudor» de la tensión quese siente con anterioridad a cualquier batalla, y en especial antesde la que vendría.Cuando Simon confesó sus temores, Belami le dijo:-Sólo les imbéciles no sienten miedo antes de entrar enacción.Si uno tiene miedo después de empezar la batalla., enton-ces es un cobarde.»No temas, Simon.No eres un marica como De Ridefort, nues-tro maldito Gran Maestro, demostró serlo aquí, en este mismo lugar.Si así no fuese, no consentida que me acompañaras.Te portarás comocorresponde, mi joven amigo.Aún te veré armado caballero.Los sarracenos habían desfilado con las cabezas de varios caba-lleros francos de las fuerzas derrotadas de De Ridefort, ante las puer-tas de Tibenias.No fue una idea de Saladino.Más probablemente laorden provenía de Kukbuni o de alguno de los emires seZcljuk.El líder sarraceno no participaba en el sitio de Tibenias.Todala ciudad estaba en llamas, pues las antorchas sarracenas la habíanincendiado.A pesar de todo, la princesa Eschiva se mantenía fuerte en sucastillo, que dominaba la ciudad.Su esposo, el estoico Raimundo,236 237comprendía que avanzar contra Tiberias para liberarla del sitio sóloredundaría a favor de Saladino.Dominando el deseo natural derescatar a su esposa y todas sus posesiones del castillo, aconsejónoblemente a Guy de Lusignan que desechara cualquier intentode romper el sitio.-¡He aquí un hombre! -exclamó Belami, cuando se enteró delsacrificio de Raimundo-.Esta era una decisión difícil de tomar.Yole saludo.125Al norte de la pequeña ciudad de Saffuriya, que se levantabasobre las bajas colinas del noroeste de Nazaret, el ejército franco aho-ra ocupaba las Fuentes de Cresson, con toda su valiosa agua potable.De las aldeas de los alrededores se podía conseguir comida, y laposición defensiva era suficientemente fuerte como para que Saladinolo pensara dos veces antes de atacarla.El campamento sarraceno esta-ha situado a diez millas al este de la posición del rey Guy, cerca delpueblo de Hattin, o Hittin como lo llamaban los árabes.En los valles al pie del pueblo había agua en abundancia, así comomuchos olivares y árboles frutales, entre los cuales el ejército podíaramonear a gusto.Entre ambos campamentos, cristiano y sarraceno,se extendía el vasto llano carente de agua, muerto y ardiente bajo elsol del mediodía.Para liberar Tiberias, el rey Guy tenía que llevar asu ejército a través del árido desierto bajo un calor devastador.Parecíaestar en jaque.Cierto era que Saladino estaba de espaldas al mar de Galilea, yello formaba un cuadro tentador en la imaginación del rey, pues visua-lizaba a su caballería pesada haciendo retroceder al ejército de Saladinopor las empinadas cuestas hasta el enorme lago, donde Jesús deNazaret había caminado sobre sus aguas.Quizá fuese ese espejismoen la mente del rey Guy lo que le movió a escuchar los apasionadosargumentos de Gerard de Ridefort: atacar a Saladino antes de queavanzara contra Saffuriya.En vano Raimundo de Trípoli advirtió al rey del peligro y la locu-ra de semejante ataque, aun cuando con ello pudiese precipitar a lamuerte a su propia familia en las asoladas ruinas de Tiberias [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
zanotowane.pl doc.pisz.pl pdf.pisz.pl milosnikstop.keep.pl
.El rey tenía bajo su man.do a cerca de un millar de caballeros, mil doscientos lanceros mer-cenarios, cuatro mil lanceros turcos y un cuerpo de infantería deunos quince mil mercenarios, armenios y algunos peregrinos beli-gerantes armados con lanzas.En arqueros solamente, De Lusignany sus nuevos aliados contaban con unos dos mil hombres.La con-fianza de De Lusignan creció al comprobar que tenía unos veinti-dós mil guerreros, lanceros e infantes bajo su mando.Su vanidadalcanzó su punto más alto.-¡Barreremos al maldito Saladino de Tierra Santa! -gritó.Belami dio un respingo como si le hubieran golpeado.-¡Oh, Abraham! -gruñó-.Mi sabio y viejo amigo, cuántarazón teníais.Los dioses han enloquecido al nuevo rey.El ejército de Saladino, un total de por lo menos cuarenta milhombres, se encontraba acampado en Kafar Sebt, a siete millas al sur124de la fortaleza del conde Raimundo en Tiberias.El jefe sarracenodominaba el camino principal a Tiberias y Sennabra.El castillo esta-ba fuertemente guarnecido, y su senescal era la esposa del condeRaimundo, la temible princesa Eschiva.Mediante veloces mensajeros, que milagrosamente salvaron elpellejo al atravesar como un rayo los puestos avanzados de Saladino,mandó urgentes peticiones de ayuda al rey Guy de Lusignan.Elmomento de decisión había llegado.Bernard de Roubaix le había explicado a Simon en una ocasióncuán vital era el agua para los templarios.Para todos los cruzados, lafalta de ese elemento estratégico podría ser el factor más siniestro enel horror que se avecinaba.Las fuerzas francas se habían concentrado en las Fuentes deCresson, el lugar que los sarracenos llamaban Saffuriya, y el sitio don-de tuvo lugar la reciente y humillante derrota de Gerard de Ridefort.-Al menos tenemos agua -comentó Belami.El humor de Simon pasaba del júbilo ante la perspectiva delfuturo choque a la natural aprensión causada por la espera del inlcio de la batalla.En el lenguaje de los soldados, «sudaba» las horasprecedentes al ataque.Como todos los jóvenes guerreros, Simontenía la sensación de que era inmortal.No le temía a la muerte,sobre todo desde las demostraciones que Abraham-ben-Isaac lehabía hecho sobre la proyección voluntaria del espíritu.Pero eljoven servidor templario tenía ahora, en 1187, sólo veinticuatroaños y tenía más miedo a caer gravemente herido que a morir.Lamayoría de los jóvenes sentían horror ante la clase de herida quele había quitado la virilidad a Raoul de Cre~y.Simon ya había sidoherido en la batalla del puente cerca de Orange.Sabía qué era eldolor.Pero la idea de morir no le preocupaba.Sólo le perseguía laduda de no estar a la altura de las expectativas de Belami y su tutorcon respecto a él.Belami, en cambio, no tenía esas dudas.Sabia que Simon secomportaría como un hombre.El veterano había estado numero-sas veces muy cerca de la muerte como para temerla, y su fuerte ymoreno cuerpo conservaba las cicatrices de muchas honorables heri-das; pero, como viejo soldado, sufría el «sudor» de la tensión quese siente con anterioridad a cualquier batalla, y en especial antesde la que vendría.Cuando Simon confesó sus temores, Belami le dijo:-Sólo les imbéciles no sienten miedo antes de entrar enacción.Si uno tiene miedo después de empezar la batalla., enton-ces es un cobarde.»No temas, Simon.No eres un marica como De Ridefort, nues-tro maldito Gran Maestro, demostró serlo aquí, en este mismo lugar.Si así no fuese, no consentida que me acompañaras.Te portarás comocorresponde, mi joven amigo.Aún te veré armado caballero.Los sarracenos habían desfilado con las cabezas de varios caba-lleros francos de las fuerzas derrotadas de De Ridefort, ante las puer-tas de Tibenias.No fue una idea de Saladino.Más probablemente laorden provenía de Kukbuni o de alguno de los emires seZcljuk.El líder sarraceno no participaba en el sitio de Tibenias.Todala ciudad estaba en llamas, pues las antorchas sarracenas la habíanincendiado.A pesar de todo, la princesa Eschiva se mantenía fuerte en sucastillo, que dominaba la ciudad.Su esposo, el estoico Raimundo,236 237comprendía que avanzar contra Tiberias para liberarla del sitio sóloredundaría a favor de Saladino.Dominando el deseo natural derescatar a su esposa y todas sus posesiones del castillo, aconsejónoblemente a Guy de Lusignan que desechara cualquier intentode romper el sitio.-¡He aquí un hombre! -exclamó Belami, cuando se enteró delsacrificio de Raimundo-.Esta era una decisión difícil de tomar.Yole saludo.125Al norte de la pequeña ciudad de Saffuriya, que se levantabasobre las bajas colinas del noroeste de Nazaret, el ejército franco aho-ra ocupaba las Fuentes de Cresson, con toda su valiosa agua potable.De las aldeas de los alrededores se podía conseguir comida, y laposición defensiva era suficientemente fuerte como para que Saladinolo pensara dos veces antes de atacarla.El campamento sarraceno esta-ha situado a diez millas al este de la posición del rey Guy, cerca delpueblo de Hattin, o Hittin como lo llamaban los árabes.En los valles al pie del pueblo había agua en abundancia, así comomuchos olivares y árboles frutales, entre los cuales el ejército podíaramonear a gusto.Entre ambos campamentos, cristiano y sarraceno,se extendía el vasto llano carente de agua, muerto y ardiente bajo elsol del mediodía.Para liberar Tiberias, el rey Guy tenía que llevar asu ejército a través del árido desierto bajo un calor devastador.Parecíaestar en jaque.Cierto era que Saladino estaba de espaldas al mar de Galilea, yello formaba un cuadro tentador en la imaginación del rey, pues visua-lizaba a su caballería pesada haciendo retroceder al ejército de Saladinopor las empinadas cuestas hasta el enorme lago, donde Jesús deNazaret había caminado sobre sus aguas.Quizá fuese ese espejismoen la mente del rey Guy lo que le movió a escuchar los apasionadosargumentos de Gerard de Ridefort: atacar a Saladino antes de queavanzara contra Saffuriya.En vano Raimundo de Trípoli advirtió al rey del peligro y la locu-ra de semejante ataque, aun cuando con ello pudiese precipitar a lamuerte a su propia familia en las asoladas ruinas de Tiberias [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]