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.—¿Las traspasaremos? —preguntó Kennedy.—No lo quiera Dios.Espero hallar un viento favorable que me devuelva hacia el ecuador; si es necesario, me detendré, igual que un barco echa el ancla para evitar vientos que le harían perder el rumbo.Pero las previsiones del doctor no tardaron en realizarse.Después de haber tanteado diferentes alturas, el Victoria fue impelido hacia el nordeste a una velocidad moderada.—Avanzamos en la dirección correcta —dijo, consultando la brújula—, y escasamente a doscientos pies de tierra.Tales circunstancias nos favorecen para explorar estas nuevas regiones.El capitán Speke, cuando iba en busca del lago Ukereue, remontó más al este, en línea recta con Kazeh.—¿Iremos mucho tiempo así? —preguntó Kennedy.—Tal vez.Nuestro objetivo es reconocer el nacimiento del Nilo, y aún nos quedan por recorrer seiscientas millas antes de llegar al límite extremo que han alcanzado los exploradores procedentes del Norte.—¿Y no echaremos pie a tierra para estirar un poco las piernas? —preguntó Joe.—Por supuesto; tenemos que conseguir víveres.Tú, mi buen Dick, nos aprovisionarás de carne fresca.—Cuando quieras, amigo Samuel.—Tendremos también que reponer la reserva de agua.¿Quién nos asegura que no seremos arrastrados hacia comarcas áridas? Todas las precauciones son pocas.A mediodía, el Victoria se hallaba a 290 15' de longitud y 30 15' de latitud.Había pasado la aldea de Uyofu, último límite septentrional del Unyamwezy, a la altura del lago Ukereue, que los viajeros no tenían aún al alcance de sus miradas.Los pueblos que viven cerca del ecuador parecen algo más civilizados, y están gobernados por monarcas absolutos cuyo despotismo no conoce límites.Su aglomeración más compacta constituye la provincia de Karagwah.Quedó resuelto entre los tres viajeros echar pie a tierra en cuanto encontrasen un sitio favorable.Debían hacer un alto prolongado para inspeccionar cuidadosamente el aeróstato.Se moderó la llama del soplete y se echaron fuera de la quilla las anclas, que corrían rozando las altas hierbas de una inmensa pradera; desde cierta altura parecía cubierta de menudo césped, pero este césped tenía en realidad de siete a ocho pies de largo.El Victoria acariciaba aquellas hierbas sin curvarlas, como si fuera una mariposa gigantesca.La vista no tropezaba con ningún obstáculo.Parecía un océano de verdor sin ningún rompiente.—No sé cuándo pararemos de correr —dijo Kennedy—, pues no distingo un solo árbol al cual podamos acercamos.Me parece que tendré que renunciar a la caza.—Aguarda, amigo Dick, aguarda.Imposible te sería cazar en medio de estas hierbas, que son más altas que tú; pero acabaremos por encontrar un lugar propicio.Verdaderamente era un paseo delicioso, un auténtico crucero por aquel mar tan verde, casi transparente, con suaves ondulaciones provocadas por el soplo del viento.La barquilla justificaba su nombre, pues parecía realmente que hendía las olas, levantando de vez en cuando bandadas de pájaros de espléndidos colores que escapaban emitiendo alegres gritos.Las anclas se sumergían en aquel lago de flores y trazaban un surco que se cerraba tras ellas, como la estela de un barco.De pronto, el globo recibió una fuerte sacudida.Sin duda el ancla había hincado sus uñas en la hendidura de una roca oculta bajo la gigantesca alfombra de césped.—Estamos anclados —dijo Joe.—Pues bien, echa la escala —replicó el cazador.No bien hubo pronunciado estas palabras, un grito agudo retumbó en el aire, y de la boca de los tres viajeros escaparon las siguientes frases, entrecortadas por exclamaciones:—¿Qué es eso?—¡Un grito singular!—¡Y seguimos avanzando!—Se habrá desprendido el ancla.—¡No! ¡Está asegurada! —exclamó Joe, tirando de la cuerda.—¡Sin duda con el ancla arrastramos la roca!Las hierbas se removieron a bastante distancia, y encima de ellas apareció una forma alargada y sinuosa.—¡Una serpiente! —exclamó Joe.—¡Una serpiente! —repitió Kennedy, al tiempo que cargaba su carabina.—¡No! —replicó el doctor—.Es la trompa de un elefante.—¡Un elefante, Samuel!Y así diciendo, Kennedy apuntó con la escopeta.—Aguarda, Dick, aguarda.—No, no tire, señor; el animal nos remolca.—Y en buena dirección, Joe, en muy buena dirección.El elefante, que avanzaba con cierta rapidez, no tardó en llegar a un raso, donde se le pudo ver entero.Por su gigantesco tamaño, el doctor reconoció a un macho de una magnífica especie.Los brazos del ancla habían quedado trabados entre sus dos blancos colmillos, admirablemente curvados, cuya longitud no bajaba de ocho pies.El animal forcejeaba en vano para desprenderse con la trompa de la cuerda que lo sujetaba a la barquilla.—¡Adelante, valiente! —exclamó Joe en el colmo de la alegría, animándolo con entusiasmo—.¡He aquí una nueva manera de viajar! Mejor tira este animal que un buen caballo.—Pero ¿adónde nos lleva? —preguntó Kennedy, que agitaba con impaciencia la carabina como si le quemase las manos.—Nos lleva a donde queremos ir, amigo Dick.Ten un poco de paciencia.—Wig a more! Wig a more!, como dicen los campesinos escoceses —gritaba el alegre Joe—.¡Adelante, adelante!El animal empezó a galopar muy deprisa.Agitaba la trompa de derecha a izquierda, y con sus bruscos movimientos sacudía violentamente la barquilla.El doctor, hacha en mano, estaba preparado para cortar la cuerda en caso necesario [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.—¿Las traspasaremos? —preguntó Kennedy.—No lo quiera Dios.Espero hallar un viento favorable que me devuelva hacia el ecuador; si es necesario, me detendré, igual que un barco echa el ancla para evitar vientos que le harían perder el rumbo.Pero las previsiones del doctor no tardaron en realizarse.Después de haber tanteado diferentes alturas, el Victoria fue impelido hacia el nordeste a una velocidad moderada.—Avanzamos en la dirección correcta —dijo, consultando la brújula—, y escasamente a doscientos pies de tierra.Tales circunstancias nos favorecen para explorar estas nuevas regiones.El capitán Speke, cuando iba en busca del lago Ukereue, remontó más al este, en línea recta con Kazeh.—¿Iremos mucho tiempo así? —preguntó Kennedy.—Tal vez.Nuestro objetivo es reconocer el nacimiento del Nilo, y aún nos quedan por recorrer seiscientas millas antes de llegar al límite extremo que han alcanzado los exploradores procedentes del Norte.—¿Y no echaremos pie a tierra para estirar un poco las piernas? —preguntó Joe.—Por supuesto; tenemos que conseguir víveres.Tú, mi buen Dick, nos aprovisionarás de carne fresca.—Cuando quieras, amigo Samuel.—Tendremos también que reponer la reserva de agua.¿Quién nos asegura que no seremos arrastrados hacia comarcas áridas? Todas las precauciones son pocas.A mediodía, el Victoria se hallaba a 290 15' de longitud y 30 15' de latitud.Había pasado la aldea de Uyofu, último límite septentrional del Unyamwezy, a la altura del lago Ukereue, que los viajeros no tenían aún al alcance de sus miradas.Los pueblos que viven cerca del ecuador parecen algo más civilizados, y están gobernados por monarcas absolutos cuyo despotismo no conoce límites.Su aglomeración más compacta constituye la provincia de Karagwah.Quedó resuelto entre los tres viajeros echar pie a tierra en cuanto encontrasen un sitio favorable.Debían hacer un alto prolongado para inspeccionar cuidadosamente el aeróstato.Se moderó la llama del soplete y se echaron fuera de la quilla las anclas, que corrían rozando las altas hierbas de una inmensa pradera; desde cierta altura parecía cubierta de menudo césped, pero este césped tenía en realidad de siete a ocho pies de largo.El Victoria acariciaba aquellas hierbas sin curvarlas, como si fuera una mariposa gigantesca.La vista no tropezaba con ningún obstáculo.Parecía un océano de verdor sin ningún rompiente.—No sé cuándo pararemos de correr —dijo Kennedy—, pues no distingo un solo árbol al cual podamos acercamos.Me parece que tendré que renunciar a la caza.—Aguarda, amigo Dick, aguarda.Imposible te sería cazar en medio de estas hierbas, que son más altas que tú; pero acabaremos por encontrar un lugar propicio.Verdaderamente era un paseo delicioso, un auténtico crucero por aquel mar tan verde, casi transparente, con suaves ondulaciones provocadas por el soplo del viento.La barquilla justificaba su nombre, pues parecía realmente que hendía las olas, levantando de vez en cuando bandadas de pájaros de espléndidos colores que escapaban emitiendo alegres gritos.Las anclas se sumergían en aquel lago de flores y trazaban un surco que se cerraba tras ellas, como la estela de un barco.De pronto, el globo recibió una fuerte sacudida.Sin duda el ancla había hincado sus uñas en la hendidura de una roca oculta bajo la gigantesca alfombra de césped.—Estamos anclados —dijo Joe.—Pues bien, echa la escala —replicó el cazador.No bien hubo pronunciado estas palabras, un grito agudo retumbó en el aire, y de la boca de los tres viajeros escaparon las siguientes frases, entrecortadas por exclamaciones:—¿Qué es eso?—¡Un grito singular!—¡Y seguimos avanzando!—Se habrá desprendido el ancla.—¡No! ¡Está asegurada! —exclamó Joe, tirando de la cuerda.—¡Sin duda con el ancla arrastramos la roca!Las hierbas se removieron a bastante distancia, y encima de ellas apareció una forma alargada y sinuosa.—¡Una serpiente! —exclamó Joe.—¡Una serpiente! —repitió Kennedy, al tiempo que cargaba su carabina.—¡No! —replicó el doctor—.Es la trompa de un elefante.—¡Un elefante, Samuel!Y así diciendo, Kennedy apuntó con la escopeta.—Aguarda, Dick, aguarda.—No, no tire, señor; el animal nos remolca.—Y en buena dirección, Joe, en muy buena dirección.El elefante, que avanzaba con cierta rapidez, no tardó en llegar a un raso, donde se le pudo ver entero.Por su gigantesco tamaño, el doctor reconoció a un macho de una magnífica especie.Los brazos del ancla habían quedado trabados entre sus dos blancos colmillos, admirablemente curvados, cuya longitud no bajaba de ocho pies.El animal forcejeaba en vano para desprenderse con la trompa de la cuerda que lo sujetaba a la barquilla.—¡Adelante, valiente! —exclamó Joe en el colmo de la alegría, animándolo con entusiasmo—.¡He aquí una nueva manera de viajar! Mejor tira este animal que un buen caballo.—Pero ¿adónde nos lleva? —preguntó Kennedy, que agitaba con impaciencia la carabina como si le quemase las manos.—Nos lleva a donde queremos ir, amigo Dick.Ten un poco de paciencia.—Wig a more! Wig a more!, como dicen los campesinos escoceses —gritaba el alegre Joe—.¡Adelante, adelante!El animal empezó a galopar muy deprisa.Agitaba la trompa de derecha a izquierda, y con sus bruscos movimientos sacudía violentamente la barquilla.El doctor, hacha en mano, estaba preparado para cortar la cuerda en caso necesario [ Pobierz całość w formacie PDF ]