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.Les daban panfletos y libros sobre la protección del medio ambiente.–Pero la concienciar a la gente no es suficiente -nos explicó R.V.–.Es un comienzo, pero debemos hacer más.Tenemos que detener la contaminación y la destrucción del paisaje.Mirad este lugar: están construyendo una carretera que atraviesa un antiguo cementerio, un lugar donde la gente enterraba a sus muertos hace miles de años.¿Os lo podéis imaginar, tíos? ¡Destruir una parte de la historia, sólo para ahorrar diez o veinte minutos de camino a los coches!R.V.meneó tristemente la cabeza.–Esta época es un caos, tíos -dijo-.Las cosas que le estamos haciendo a este planeta… En el futuro (asumiendo que haya alguno) la gente volverá la vista atrás y nos llamará bárbaros estúpidos por lo que hemos hecho.Le apasionaba el medio ambiente, y tras escucharle durante un rato, también a Sam, a Evra y a mí.Antes no pensaba mucho en eso, pero después de un par de horas con R.V., comprendí que debería haberlo hecho.Como decía R.V., quienes no piensan ni actúan ahora, no tendrán derecho a quejarse cuando el mundo se desmorone sobre sus cabezas.Su campamento era un lugar muy interesante.La gente (una veintena, más o menos) dormía en chabolas hechas con ramas, hojas y matojos.La mayoría estaban tan sucios y apestaban tanto como R.V., pero también eran gente alegre, amable y generosa.–¿Cómo vais a detener la construcción de esa carretera? – preguntó Sam.–Cavando túneles por toda la zona -dijo R.V.–.Y saboteando las máquinas que traen, y alertando a los medios.Los ricachones odian estar en el punto de mira.Un noticiario de televisión es tan efectivo como una veintena de guerreros activos.Evra le preguntó a R.V.si habían llegado a pelear cuerpo a cuerpo.R.V.dijo que la APN no creía en la violencia, pero por su expresión nos dimos cuenta de que él no estaba muy de acuerdo con eso.–Si lo hiciéramos a mi modo -dijo-, les daríamos lo que se merecen.A veces somos demasiado amables.¡Tíos, si yo estuviera al mando, enviaría a esos pavos a asarse en el infierno!R.V.nos invitó a comer allí.No era una comida muy apetitosa (no había carne, sino unos cuantos vegetales, arroz y frutas), pero nos lo comimos todo por educación.También tenían muchas setas (grandes y de colores extraños), pero R.V.no dejó que las probáramos.–Cuando seáis mayores, tíos -dijo, riendo.Después de comer nos fuimos.Los miembros de la APN tenías cosas que hacer, y no queríamos estorbarles.R.V.nos dijo que podíamos volver en otra ocasión, pero que probablemente se irían en un par de días.–Aquí ya casi hemos ganado la batalla -dijo-.Dentro de unos días marcharemos hacia nuevos horizontes.Las batallas comienzan y se acaban, tíos, pero la guerra nunca acaba.Nos despedimos y nos fuimos a casa.–Qué raro es ese R.V.– dijo Sam un rato después-.¿Os imagináis dejarlo todo para ir a luchar por los animales y los campos?–Hace aquello en lo que cree -dijo Evra.–Ya lo sé -dijo Sam-.Y creo que lo que hace es genial.Necesitamos gente como él.Es una pena que no haya más.De todos modos, es una extraña forma de vivir, ¿no creéis? Hay que tener mucha dedicación.Yo no creo que pudiera convertirme en un guerrero del medio ambiente.–Yo tampoco -convine.–Yo, sí -dijo Evra.–No, no podrías -me burlé.–¿Por qué no? – inquirió-.Podría coger a mi serpiente e irme a vivir y a luchar junto a ellos.–Te digo que no podrías -insistí.–¿Por qué no?–¡Porque no apestas lo suficiente! – reí.Evra hizo un mohín.–Sí, la verdad es que no olían precisamente a rosas -admitió.–¡Olían peor que mis pies después una semana con los mismos calcetines! – exclamó Sam.–De todos modos -dijo Evra-, se me ocurren un montón de cosas peores a las que dedicarme cuando crezca.Me gustaría ser como R.V.–A mí también -dijo Sam.Me encogí de hombros.–Imagino que podría acostumbrarme.Estábamos de buen humor y estuvimos hablando de la APN y de R.V.todo el camino hasta el campamento.Ninguno de nosotros tenía la menor idea de los problemas que pronto nos crearía aquel simpático ecoguerrero… ni de la tragedia que desencadenaría sin querer.CAPÍTULO 17Los días siguientes transcurrieron lánguidamente.Evra y yo estuvimos ocupados con nuestras tareas y alimentando a las Personitas.Yo había intentado charlar con un par de aquellas criaturas de las capuchas azules, pero ni siquiera me miraron cuando les hablé.Era imposible distinguirlos.Uno (o una… o lo que fuera) destacaba por ser más alto que los demás, y otro era más bajito, y otro cojeaba con la pierna izquierda.Pero el resto eran exactamente iguales.Sam nos ayudaba cada vez más en el campamento.No le llevábamos con nosotros cuando salíamos de caza, pero dejábamos que nos echara una mano con la mayor parte de nuestras faenas.Trabajaba duro, y estaba decidido a impresionarnos y a ganarse una estancia permanente en el Cirque.Yo no veía mucho a Mr.Crepsley.Él sabía que me levantaba temprano para salir a cazar para las Personitas, así que me dejaba solo la mayor parte del tiempo.Yo era feliz así; no quería que me estuviera fastidiando con lo de beber sangre humana.Y entonces, una mañana temprano, llegó Cormac el Trozos, lo cual causó una gran agitación.–¿Ves a ese tipo? – dijo Evra, arrastrándome detrás de él-.Es el artista más asombroso que haya existido.Ya había una muchedumbre agolpada alrededor de Cormac cuando llegamos a la caravana de Mr.Tall (donde fue a presentarse).La gente le daba palmadas en la espalda y le preguntaba cómo estaba y dónde había ido.Él les sonreía a todos, les estrechaba la mano y respondía a sus preguntas.Podía ser una estrella, pero no se le subía a la cabeza.–¡Evra Von! – exclamó cuando vio al niño-serpiente.Se abrió paso hasta él y le dio un abrazo-.¿Cómo está mi reptil bípedo favorito?–Muy bien -dijo Evra.–¿Has mudado la piel últimamente? – le preguntó Cormac.–Recientemente, no -respondió Evra.–Recuerda -dijo Cormac- que la quiero cuando lo hagas.Es muy valiosa.La piel de humanos-serpiente vale más que el oro en algunos países.–Puedes quedártela toda -le aseguró Evra.Luego me empujó hacia delante-.Cormac, éste es Darren Shan, un amigo mío.Es nuevo en el Cirque y nunca te ha visto.–¡¿Nunca has visto a Cormac el Trozos?! – exclamó Cormac, fingiéndose ofendido-.¿Cómo es eso? ¡Pensaba que el mundo entero ya habría visto al magnífico Cormac el Trozos en acción!–Nunca había oído hablar de usted -respondí.Se apretó el pecho como si estuviera sufriendo un infarto.–¿Qué hace? – pregunté.Cormac miró a la muchedumbre que nos rodeaba.–¿Debería hacerle una demostración?–¡Sí! – gritaron todos, entusiasmados [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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