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.Se mantenía tenso y con los oídos atentos hacia la oscuridad, y sabía bien por qué escuchaba.Pero aunque una débil brisa acariciaba su cara de tiempo en tiempo, no captaba rumor alguno que pudiera ser tomado por el de un viento que se levantaba en alguna parte de Rama.Tampoco los grupos de exploración informaron de cosa insólita alguna.Por fin, alrededor de medianoche (tiempo de nave espacial) se quedó dormido.Siempre permanecía un hombre de guardia en el centro de comunicaciones por si se recibía algún mensaje urgente.No parecía necesario adoptar otras precauciones.Ni siquiera un huracán pudo haber creado el ruido que despertó a Norton, y a todo el campamento, en un instante.Se tuvo la impresión de que el cielo entero caía, o de que Rama se había escindido y se separaba en dos partes.Primero hubo un crujido ensordecedor, y luego una larga serie de estallidos cristalinos, algo así como si estuviesen demoliendo un millón de casas de cristal.El estruendo se prolongó unos minutos, que parecieron horas.Continuaba, aparentemente perdiéndose a lo lejos, cuando Norton llegó al centro de comunicaciones.—¡Control del Cubo! ¿Qué ha pasado?—Un momento, jefe.Es allá, en el mar.Ya estamos enfocando el reflectorOcho kilómetros más arriba, en el eje de Rama, el reflector comenzó a recorrer la planicie con su rayo de luz.Este alcanzó el borde del mar, y luego comenzó a rastrearlo escudriñando alrededor del interior del mundo.A un cuarto de camino en torno de la superficie cilíndrica, se detuvo.Allá arriba, en el cielo —o lo que la mente se empeñaba en seguir denominando cielo— algo extraordinario estaba sucediendo.En el primer momento se le antojó a Norton que el mar hervía.Ya no estaba estático y helado en poder de un eterno invierno.Una amplia área, de kilómetros de diámetro, mostraba un movimiento de turbulencia.Y cambiaba de color: una ancha banda blanca avanzaba a través del hielo.De pronto, una plancha tal vez de un cuarto de kilómetro de lado comenzó a levantarse semejando una puerta que se abriera hacia arriba.Lenta, majestuosamente, se alzó hacia el cielo, centelleante a la luz del reflector.Luego se deslizó hacia atrás y desapareció debajo de la superficie, mientras una inmensa ola de agua espumosa brotaba y se esparcía en todas direcciones desde su punto de sumersión.Sólo entonces comprendió Norton realmente lo que sucedía.El hielo se estaba quebrando.Durante todos esos días, esas semanas, el mar se había estado deshelando allá en sus profundidades.Era difícil concentrarse a causa del estruendo que aún llenaba el mundo y expandía sus ecos por el cielo, pero trató, no obstante, de hallar una razón para esa convulsión tan dramática.Cuando un río o lago helado se deshelaba en la Tierra, no ocurría nada comparable a esto.¡Pero, naturalmente! Era bastante obvio, ahora que había sucedido.El Mar Cilíndrico se deshelaba desde abajo, a medida que el calor solar se infiltraba a través de la corteza de Rama.Y el hielo convertido en agua tiene menos volumen.De modo que el mar se había estado hundiendo debajo de la capa superior de hielo, dejándolo sin apoyo.Día a día había ido acrecentándose la tensión; y ahora el banco de hielo que rodeaba el ecuador de Rama se derrumbaba, como un puente que pierde su pilar central.Se quebraba en cientos de Islas flotantes que entrechocarían y se empujarían hasta que ellas también se derritieran.La sangre se le heló a Norton en las venas al recordar los planes en marcha para alcanzar Nueva York en trineo.El tumulto se apaciguaba rápidamente; se producía una tregua en la guerra entre el hielo y el agua.Dentro de unas horas, mientras la temperatura continuara aumentando, el agua ganaría la batalla y los últimos restos de hielo desaparecerían.Pero a la larga el vencedor seria el hielo, cuando Rama hubiera circundado al sol y se lanzara una vez más hacia la noche interestelar.Norton se acordó de volver a respirar; luego llamó al grupo de exploración que estaba más próximo al mar.Con inmenso alivio oyó en seguida la voz de Rodrigo.No, el agua no les había alcanzado.Ninguna ola alcanzó el nivel del risco.—De modo que ahora sabemos por qué hay una escarpa —añadió con calma.Norton asintió en silencio.Pero eso no explica, pensó, por qué la escarpa de la costa sur es diez veces más alta.El rayo de luz del reflector prosiguió escudriñando alrededor del mundo.El mar recién despierto se calmaba paulatinamente, y la hirviente espuma blanca ya no brotaba expandiéndose de las masas de hielo flotantes.En el término de quince minutos, la perturbación principal había llegado a su fin.Pero Rama ya no estaba silencioso.Despertaba de su largo sueño y una y otra vez se oía el estallido del hielo cuando un témpano chocaba con otro.La primavera ha llegado un poco tarde, se dijo Norton, pero el invierno ha terminado.Y la brisa se dejaba sentir, cada vez más fuerte.Rama había dado ya suficientes avisos; era el momento de abandonarlo.Al aproximarse a la marca que señalaba la mitad del camino, Norton se sintió agradecido una vez más a la oscuridad que le ocultaba el panorama de arriba.y el de abajo.Aunque sabía que tenía por delante más de diez mil escalones, y podía ver la curva ascendente con los ojos de su mente, el hecho de que sólo alcanzaba a ver una pequeña porción de la misma con los de su cara volvía la perspectiva más tolerable.Este era su segundo ascenso, y había aprendido de los errores del primero.La gran tentación, dada la escasa gravedad, era subir con demasiada rapidez; cada paso resultaba tan fácil que costaba adoptar un ritmo lento y regular.Pero a menos que se hiciera así, extraños dolores se desarrollaban en los muslos y pantorrillas después de los primeros mil escalones.Músculos cuya existencia uno ignoraba comenzaban a protestar, y entonces se imponían períodos más y más largos de descanso.Hacia el final de la primera escalada, Norton había pasado más tiempo descansando que subiendo, y aun así no fue suficiente.Sufrió dolorosos calambres en las piernas durante los dos días siguientes, y habría quedado casi por completo incapacitado de no haber vuelto a la gravedad cero de la atmósfera en el interior de la nave espacial.De modo que esta segunda vez comenzó con una casi penosa lentitud, moviéndose como un viejo.Fue el último en abandonar la planicie, y los otros se adelantaban como medio kilómetro de escaleras por encima de él.Veía sus luces que ascendían por la invisible cuesta frente a él.Se sentía angustiado por el fracaso de su misión, y aun ahora confiaba en que no se tratara sino de una retirada temporal.Cuando alcanzaran el cubo, podrían esperar hasta que hubieran cesado todos los trastornos atmosféricos.Probablemente reinaría allí una calma total, como en el centro de un ciclón, y les sería posible esperar a salvo la tormenta anunciada.Una vez más llegaba a una conclusión precipitada, derivando peligrosas analogías de la Tierra.La meteorología de un mundo entero, aun en condiciones de estabilidad completa, era un asunto de enorme complejidad [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.Se mantenía tenso y con los oídos atentos hacia la oscuridad, y sabía bien por qué escuchaba.Pero aunque una débil brisa acariciaba su cara de tiempo en tiempo, no captaba rumor alguno que pudiera ser tomado por el de un viento que se levantaba en alguna parte de Rama.Tampoco los grupos de exploración informaron de cosa insólita alguna.Por fin, alrededor de medianoche (tiempo de nave espacial) se quedó dormido.Siempre permanecía un hombre de guardia en el centro de comunicaciones por si se recibía algún mensaje urgente.No parecía necesario adoptar otras precauciones.Ni siquiera un huracán pudo haber creado el ruido que despertó a Norton, y a todo el campamento, en un instante.Se tuvo la impresión de que el cielo entero caía, o de que Rama se había escindido y se separaba en dos partes.Primero hubo un crujido ensordecedor, y luego una larga serie de estallidos cristalinos, algo así como si estuviesen demoliendo un millón de casas de cristal.El estruendo se prolongó unos minutos, que parecieron horas.Continuaba, aparentemente perdiéndose a lo lejos, cuando Norton llegó al centro de comunicaciones.—¡Control del Cubo! ¿Qué ha pasado?—Un momento, jefe.Es allá, en el mar.Ya estamos enfocando el reflectorOcho kilómetros más arriba, en el eje de Rama, el reflector comenzó a recorrer la planicie con su rayo de luz.Este alcanzó el borde del mar, y luego comenzó a rastrearlo escudriñando alrededor del interior del mundo.A un cuarto de camino en torno de la superficie cilíndrica, se detuvo.Allá arriba, en el cielo —o lo que la mente se empeñaba en seguir denominando cielo— algo extraordinario estaba sucediendo.En el primer momento se le antojó a Norton que el mar hervía.Ya no estaba estático y helado en poder de un eterno invierno.Una amplia área, de kilómetros de diámetro, mostraba un movimiento de turbulencia.Y cambiaba de color: una ancha banda blanca avanzaba a través del hielo.De pronto, una plancha tal vez de un cuarto de kilómetro de lado comenzó a levantarse semejando una puerta que se abriera hacia arriba.Lenta, majestuosamente, se alzó hacia el cielo, centelleante a la luz del reflector.Luego se deslizó hacia atrás y desapareció debajo de la superficie, mientras una inmensa ola de agua espumosa brotaba y se esparcía en todas direcciones desde su punto de sumersión.Sólo entonces comprendió Norton realmente lo que sucedía.El hielo se estaba quebrando.Durante todos esos días, esas semanas, el mar se había estado deshelando allá en sus profundidades.Era difícil concentrarse a causa del estruendo que aún llenaba el mundo y expandía sus ecos por el cielo, pero trató, no obstante, de hallar una razón para esa convulsión tan dramática.Cuando un río o lago helado se deshelaba en la Tierra, no ocurría nada comparable a esto.¡Pero, naturalmente! Era bastante obvio, ahora que había sucedido.El Mar Cilíndrico se deshelaba desde abajo, a medida que el calor solar se infiltraba a través de la corteza de Rama.Y el hielo convertido en agua tiene menos volumen.De modo que el mar se había estado hundiendo debajo de la capa superior de hielo, dejándolo sin apoyo.Día a día había ido acrecentándose la tensión; y ahora el banco de hielo que rodeaba el ecuador de Rama se derrumbaba, como un puente que pierde su pilar central.Se quebraba en cientos de Islas flotantes que entrechocarían y se empujarían hasta que ellas también se derritieran.La sangre se le heló a Norton en las venas al recordar los planes en marcha para alcanzar Nueva York en trineo.El tumulto se apaciguaba rápidamente; se producía una tregua en la guerra entre el hielo y el agua.Dentro de unas horas, mientras la temperatura continuara aumentando, el agua ganaría la batalla y los últimos restos de hielo desaparecerían.Pero a la larga el vencedor seria el hielo, cuando Rama hubiera circundado al sol y se lanzara una vez más hacia la noche interestelar.Norton se acordó de volver a respirar; luego llamó al grupo de exploración que estaba más próximo al mar.Con inmenso alivio oyó en seguida la voz de Rodrigo.No, el agua no les había alcanzado.Ninguna ola alcanzó el nivel del risco.—De modo que ahora sabemos por qué hay una escarpa —añadió con calma.Norton asintió en silencio.Pero eso no explica, pensó, por qué la escarpa de la costa sur es diez veces más alta.El rayo de luz del reflector prosiguió escudriñando alrededor del mundo.El mar recién despierto se calmaba paulatinamente, y la hirviente espuma blanca ya no brotaba expandiéndose de las masas de hielo flotantes.En el término de quince minutos, la perturbación principal había llegado a su fin.Pero Rama ya no estaba silencioso.Despertaba de su largo sueño y una y otra vez se oía el estallido del hielo cuando un témpano chocaba con otro.La primavera ha llegado un poco tarde, se dijo Norton, pero el invierno ha terminado.Y la brisa se dejaba sentir, cada vez más fuerte.Rama había dado ya suficientes avisos; era el momento de abandonarlo.Al aproximarse a la marca que señalaba la mitad del camino, Norton se sintió agradecido una vez más a la oscuridad que le ocultaba el panorama de arriba.y el de abajo.Aunque sabía que tenía por delante más de diez mil escalones, y podía ver la curva ascendente con los ojos de su mente, el hecho de que sólo alcanzaba a ver una pequeña porción de la misma con los de su cara volvía la perspectiva más tolerable.Este era su segundo ascenso, y había aprendido de los errores del primero.La gran tentación, dada la escasa gravedad, era subir con demasiada rapidez; cada paso resultaba tan fácil que costaba adoptar un ritmo lento y regular.Pero a menos que se hiciera así, extraños dolores se desarrollaban en los muslos y pantorrillas después de los primeros mil escalones.Músculos cuya existencia uno ignoraba comenzaban a protestar, y entonces se imponían períodos más y más largos de descanso.Hacia el final de la primera escalada, Norton había pasado más tiempo descansando que subiendo, y aun así no fue suficiente.Sufrió dolorosos calambres en las piernas durante los dos días siguientes, y habría quedado casi por completo incapacitado de no haber vuelto a la gravedad cero de la atmósfera en el interior de la nave espacial.De modo que esta segunda vez comenzó con una casi penosa lentitud, moviéndose como un viejo.Fue el último en abandonar la planicie, y los otros se adelantaban como medio kilómetro de escaleras por encima de él.Veía sus luces que ascendían por la invisible cuesta frente a él.Se sentía angustiado por el fracaso de su misión, y aun ahora confiaba en que no se tratara sino de una retirada temporal.Cuando alcanzaran el cubo, podrían esperar hasta que hubieran cesado todos los trastornos atmosféricos.Probablemente reinaría allí una calma total, como en el centro de un ciclón, y les sería posible esperar a salvo la tormenta anunciada.Una vez más llegaba a una conclusión precipitada, derivando peligrosas analogías de la Tierra.La meteorología de un mundo entero, aun en condiciones de estabilidad completa, era un asunto de enorme complejidad [ Pobierz całość w formacie PDF ]