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. No  respondió.Tendió inútilmente una mano hacia Jim, que no la cogió.Cuando Holly se atrevió a mirar de nuevo sabía que los pájaros no se habíanido.Habían remontado el vuelo hasta los bordes de las grisáceas nubes, dondeotra nueva bandada se había congregado.Ahora eran cincuenta o sesenta,agitándose, hambrientos y veloces.Holly advirtió que había gente tras las ventanas y tras las puertas de cristalcorredizas que daban al patio.Dos enfermeras bajaron por la rampa que Hollyhabía utilizado para llevar a Henry al encuentro de Jim. ¡Váyanse!  les gritó Holly, sin estar muy segura del peligro al que seexponían.La ira de Jim, a pesar de estar dirigida contra él mismo y quizá contra Dios porel hecho de permitir que la gente muriera, podía, no obstante, ir más allá y dañar ainocentes.Su grito de aviso debió de asustar a las enfermeras, porque éstasretrocedieron y se mantuvieron en el umbral de la puerta.Holly volvió a levantar la mirada.Ahora se acercaba una bandada aún mayor. Jim  dijo Holly con apremio, sosteniendo su rostro en sus manos, mirandosus bellos ojos azules, gélidos, inundados de un fuego frío de odio hacia símismo , sólo un paso más, sólo otra cosa más que debes recordar.Aunque se hallaban separados por unos centímetros de distancia, Holly nocreía que Jim la viera; parecía mirar a través de ella como antes había ocurrido enlos jardines Tivoli, cuando aquella criatura que se escondía bajo la tierra excavabasu camino hacia ellos.La bandada de pájaros que descendía emitía unos chillidos diabólicos. ¡Jim, maldita sea, lo que le ocurrió a Lena quizá no merezca un suicidio!El ruido ensordecedor que provocaba el roce de las alas llenó el espacio.Hollycubrió a Jim con su cuerpo, y él no se resistió a su protección, lo que dio ciertaesperanza a Holly.Holly inclinó la cabeza y cerró los ojos con toda la fuerza quepudo.Cayeron sobre ellos: plumas sedosas; pulidos picos que les rozaban, que buscaban, fisgoneaban; garras que escarbaban suavemente, luego menossuavemente, aunque sin provocar heridas; revoloteando frenéticamente como ratashambrientas, arremolinándose, agitándose sobre la espalda de Holly y sus piernas,entre sus muslos, a lo largo de su torso, tratando de introducirse entre su pecho yel rostro de Jim, al que desgarrarían y arrancarían los ojos; golpeaban la cabeza deHolly; y siempre los chillidos, tan escalofriantes como gritos de mujer enloquecida,gritando junto a sus oídos, reclamando sangre sin piedad; de pronto Holly sintió unagudo dolor en el brazo cuando uno de los pájaros desgarró la manga e hirió lapiel. ¡No!Los pájaros se apartaron y de nuevo se alejaron.Holly no se dio cuenta de quese habían ido porque los latidos de su corazón y su aliento jadeante le parecían tanintensos como el batir de las alas.Entonces levantó la cabeza, abrió los ojos, y vioque volaban en espiral hacia el cielo plomizo para reunirse con una nube de otrospájaros, una masa oscura de cuerpos y alas, tal vez en un número superior adoscientos.Holly miró a Henry Ironheart.Los pájaros le habían herido en una mano.Trasacurrucarse en su silla durante el ataque, ahora se inclinaba de nuevo haciadelante, extendiendo una mano hacia Jim y pronunciando su nombre de formasuplicante.Holly miró los ojos de Jim que seguía ausente en el banco situado frente a ella.Probablemente estaba en el molino, la noche de la tormenta, mirando a su abuelaun segundo antes de la caída, perplejo, incapaz de hacer que la película de sumemoria avanzara una imagen más.Los pájaros se acercaban.Todavía estaban lejos, justo bajo las nubes, pero ahora eran tantos que el ruidoensordecedor de sus alas podía oírse a mayor distancia.Sus chillidos eran comolos gritos de los condenados. Jim, puedes escoger el camino que eligió Larry Kakonis, puedes suicidarte.No puedo detenerte.Pero si El Enemigo ya no quiere eliminarme, si sólo te busca ati, no creas que yo sobreviviré.Si tú mueres, Jim, yo también moriré, haré lo quehizo Larry Kakonis, me mataré.¡Me pudriré en el infierno contigo si no puedotenerte en otro lugar!Las incontables partes del Enemigo cayeron sobre ella al tiempo que apretabael rostro de Jim contra su cuerpo por tercera vez.Holly no ocultó su rostro o cerrólos ojos como antes, sino que se mantuvo erguida en medio de aquel torbellino dealas, picos, y garras.Sostuvo la mirada de aquellos innumerables ojos pequeños,brillantes, densamente negros que la rodeaban y miraban sin parpadear, cada unode ellos tan húmedo y profundo como la noche reflejada en la superficie del mar,cada uno tan despiadado y cruel como el universo mismo y el corazón de lahumanidad.Holly sabía que al mirar aquellos ojos miraba una parte de Jim, suparte más secreta y oscura, a la que no podía llegar de otro modo, y pronunció sunombre [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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