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.¿realmente pensabas que eras el hijo de Michael Wayland.?Una furia intensa recorrió a Jace, convertida en más dolorosa por la diminuta punzada de decepción que la acompañó.—Por el Ángel —escupió—, ¿me ha arrastrado aparte en medio de la batalla sólo para hacerme las mismas condenadas preguntas otra vez? No me creyó la primera vez y sigue sin creerme.Jamás me creerá, a pesar de todo lo que ha sucedido, incluso aunque todo lo que le dije era la verdad.—Señaló con un dedo en dirección a lo que sucedía al otro lado del muro de luz—.Yo debería estar ahí fuera peleando.¿Por qué me mantiene aquí? ¿Para que cuando esto acabe, si todavía seguimos vivos, pueda ir a la Clave y contarles que no quise pelear en su bando como mi padre? Buen intento.Ella había palidecido aún más de lo que él había pensando posible.—Jonathan, no es eso lo que yo.—¡Mi nombre es Jace! —gritó él.La Inquisidora reculó, con la boca entreabierta, como si aún estuviese a punto de decir algo.Jace no quiso oírlo.Pasó por su lado muy digno, casi derribándola, y pateó uno de los cuchillos serafín de la cubierta.Éste cayó y la pared de luz desapareció.Al otro lado reinaba el caos.Formas oscuras pasaban veloces de un lado a otro por la cubierta, demonios gateaban sobre cuerpo desplomados, y el aire estaba lleno de humo y gritos.Se esforzó por ver a alguien conocido en la refriega.¿Dónde estaba Alec? ¿Isabelle?—¡Jace! —La Inquisidora corrió tras él, con el rostro contraído por el miedo—.Jace, no tienes un arma, al menos coge.Se interrumpió cuando un demonio se alzó surgiendo de la oscuridad frente a Jace como un iceberg ante la proa de un barco.No era ninguno que él hubiese visto antes; éste tenía el rostro arrugado y las manos ágiles de un mono enorme, pero también una larga cola recubierta de púas de un escorpión.Los ojos giraban de un lado a otro y eran amarillos.Le siseó por entre los dientes afilados como agujas.Antes de que Jace pudiera agacharse, la cola salió disparada al frente con la velocidad de una cobra al atacar.Vio cómo la afilada punta se acercaba a su cara.Y por segunda vez esa noche, una sombra se interpuso entre él y la muerte.Desenvainando un cuchillo de hoja larga, la Inquisidora se arrojó frente a él, y recibió el aguijón de escorpión en el pecho.Gritó, pero se mantuvo en pie.La cola del demonio chasqueó hacia atrás, lista para otro golpe.pero el cuchillo de la Inquisidora ya había abandonado la mano, volando directo al blanco.Las runas grabadas en la hoja relucieron mientras hendía la garganta del demonio.Con un siseo, como de aire escapando de un globo pinchado, éste se dobló sobre sí mismo, contrayendo la cola a la vez que se desvanecía.La Inquisidora se desplomó sobre la cubierta hecha un ovillo.Jace se arrodilló junto a ella y le puso la mano en el hombro, haciéndola volverse sobre la espalda.La parte delantera de su blusa gris se cubría lentamente de sangre.Tenía el rostro flácido y amarillo, y por un momento Jace pensó que ya estaba muerta.—¿Inquisidora? —Era incapaz de pronunciar su nombre de pila, ni siquiera en aquel momento.Los ojos de la mujer se abrieron con un pestañeo.El blanco empezaba ya a perder brillo.Con gran esfuerzo le hizo una seña para que se acercara a ella.Jace se inclinó, lo bastante cerca para oírla susurrarle a la oreja, susurrarle con su último aliento.—¿Qué? —preguntó Jace, perplejo—.¿Qué significa eso?No hubo respuesta.La Inquisidora se había desplomado hacia atrás sobre la cubierta, los ojos muy abierto y fijos, la boca curvada en lo que casi parecía una sonrisa.Jace se sentó hacia atrás sobre los talones, petrificado y con la mirada fija.Estaba muerta.Muerta debido a él.Algo le agarró por la parte posterior de la camiseta y tiró de él para ponerle en pie.Jace se llevó una mano al cinturón, recordó que estaba desarmado, giró en redondo y se encontró con un familiar par de ojos azules que le contemplaban con total incredulidad.—Estas vivo —exclamó Alec; dos cortas palabras, pero cargadas de sentimiento.El alivio resultaba evidente en su rostro, igual que el cansancio.A pesar de la frialdad del aire, tenía los cabellos negros pegados a las mejillas y la frente debido al sudor.Ropas y piel estaban surcadas de sangre y había un largo desgarrón en la manga de la chaqueta acorazada,.Como si algo irregular y afilado la hubiese rasgado.Asía un guisarme ensangrentado con la mano derecha y el cuello de la camiseta de Jace con la izquierda.—Parece que sí —admitió Jace—.Sin embargo, no será así durante mucho tiempo si no me das una arma [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.¿realmente pensabas que eras el hijo de Michael Wayland.?Una furia intensa recorrió a Jace, convertida en más dolorosa por la diminuta punzada de decepción que la acompañó.—Por el Ángel —escupió—, ¿me ha arrastrado aparte en medio de la batalla sólo para hacerme las mismas condenadas preguntas otra vez? No me creyó la primera vez y sigue sin creerme.Jamás me creerá, a pesar de todo lo que ha sucedido, incluso aunque todo lo que le dije era la verdad.—Señaló con un dedo en dirección a lo que sucedía al otro lado del muro de luz—.Yo debería estar ahí fuera peleando.¿Por qué me mantiene aquí? ¿Para que cuando esto acabe, si todavía seguimos vivos, pueda ir a la Clave y contarles que no quise pelear en su bando como mi padre? Buen intento.Ella había palidecido aún más de lo que él había pensando posible.—Jonathan, no es eso lo que yo.—¡Mi nombre es Jace! —gritó él.La Inquisidora reculó, con la boca entreabierta, como si aún estuviese a punto de decir algo.Jace no quiso oírlo.Pasó por su lado muy digno, casi derribándola, y pateó uno de los cuchillos serafín de la cubierta.Éste cayó y la pared de luz desapareció.Al otro lado reinaba el caos.Formas oscuras pasaban veloces de un lado a otro por la cubierta, demonios gateaban sobre cuerpo desplomados, y el aire estaba lleno de humo y gritos.Se esforzó por ver a alguien conocido en la refriega.¿Dónde estaba Alec? ¿Isabelle?—¡Jace! —La Inquisidora corrió tras él, con el rostro contraído por el miedo—.Jace, no tienes un arma, al menos coge.Se interrumpió cuando un demonio se alzó surgiendo de la oscuridad frente a Jace como un iceberg ante la proa de un barco.No era ninguno que él hubiese visto antes; éste tenía el rostro arrugado y las manos ágiles de un mono enorme, pero también una larga cola recubierta de púas de un escorpión.Los ojos giraban de un lado a otro y eran amarillos.Le siseó por entre los dientes afilados como agujas.Antes de que Jace pudiera agacharse, la cola salió disparada al frente con la velocidad de una cobra al atacar.Vio cómo la afilada punta se acercaba a su cara.Y por segunda vez esa noche, una sombra se interpuso entre él y la muerte.Desenvainando un cuchillo de hoja larga, la Inquisidora se arrojó frente a él, y recibió el aguijón de escorpión en el pecho.Gritó, pero se mantuvo en pie.La cola del demonio chasqueó hacia atrás, lista para otro golpe.pero el cuchillo de la Inquisidora ya había abandonado la mano, volando directo al blanco.Las runas grabadas en la hoja relucieron mientras hendía la garganta del demonio.Con un siseo, como de aire escapando de un globo pinchado, éste se dobló sobre sí mismo, contrayendo la cola a la vez que se desvanecía.La Inquisidora se desplomó sobre la cubierta hecha un ovillo.Jace se arrodilló junto a ella y le puso la mano en el hombro, haciéndola volverse sobre la espalda.La parte delantera de su blusa gris se cubría lentamente de sangre.Tenía el rostro flácido y amarillo, y por un momento Jace pensó que ya estaba muerta.—¿Inquisidora? —Era incapaz de pronunciar su nombre de pila, ni siquiera en aquel momento.Los ojos de la mujer se abrieron con un pestañeo.El blanco empezaba ya a perder brillo.Con gran esfuerzo le hizo una seña para que se acercara a ella.Jace se inclinó, lo bastante cerca para oírla susurrarle a la oreja, susurrarle con su último aliento.—¿Qué? —preguntó Jace, perplejo—.¿Qué significa eso?No hubo respuesta.La Inquisidora se había desplomado hacia atrás sobre la cubierta, los ojos muy abierto y fijos, la boca curvada en lo que casi parecía una sonrisa.Jace se sentó hacia atrás sobre los talones, petrificado y con la mirada fija.Estaba muerta.Muerta debido a él.Algo le agarró por la parte posterior de la camiseta y tiró de él para ponerle en pie.Jace se llevó una mano al cinturón, recordó que estaba desarmado, giró en redondo y se encontró con un familiar par de ojos azules que le contemplaban con total incredulidad.—Estas vivo —exclamó Alec; dos cortas palabras, pero cargadas de sentimiento.El alivio resultaba evidente en su rostro, igual que el cansancio.A pesar de la frialdad del aire, tenía los cabellos negros pegados a las mejillas y la frente debido al sudor.Ropas y piel estaban surcadas de sangre y había un largo desgarrón en la manga de la chaqueta acorazada,.Como si algo irregular y afilado la hubiese rasgado.Asía un guisarme ensangrentado con la mano derecha y el cuello de la camiseta de Jace con la izquierda.—Parece que sí —admitió Jace—.Sin embargo, no será así durante mucho tiempo si no me das una arma [ Pobierz całość w formacie PDF ]