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.pero ahora que lo dices, no sería una idea tan absurda.¿Y si alguien, el que fuera, hubiera logrado meter a un saboteador en cada nave? Quizá el que estaba en el Islamabad fue el primero en despertar.Y sin previo aviso.—Quizá un aviso tampoco les habría servido de mucho en ese caso.Ella apretó los dientes.—Supongo que estamos a punto de averiguarlo.Por otro lado, puede que solo sea una cabina frigorífica estropeada.Entonces se oyeron los primeros disparos.Aunque lo que sucedía estaba teniendo lugar a decenas de metros bajo la zona de carga, los tiros se escuchaban con temible claridad.También los gritos.A Sky le pareció oír a su padre, pero era difícil saberlo con certeza: la acústica le daba un tono metálico a las voces y hacía las palabras indistinguibles y las diferencias de timbre borrosas.—Mierda —dijo Constanza.Durante un instante se quedó helada; después, comenzó a avanzar hacia el pozo de acceso.Se dio la vuelta y miró a Sky con ojos salvajes—.Quédate aquí, Sky.—Voy contigo.Es mi padre el que está ahí abajo.Cesaron los disparos, pero seguían los ruidos, sobre todo voces, subidas de tono hasta la histeria, y algo parecido al estrépito de cosas derrumbándose.Constanza comprobó la pistola de nuevo y después se la puso al hombro.Caminó hacia el pozo y se preparó para bajar las escaleras hacia los ecos de las profundidades.—Constanza.Sky cogió la pistola y se la arrancó del hombro antes de que ella tuviera tiempo para reaccionar.Constanza se dio la vuelta echa una furia, pero él ya la había adelantado y, aunque no la apuntaba directamente con el arma, tampoco la tenía apartada de ella.No tenía ni idea de cómo usarla, pero a Constanza debió parecerle lo suficientemente resuelto.Retrocedió con los ojos fijos en la pistola.Seguía unida a su casco mediante el cordón negro, estirado hasta el límite.—Dame el casco —le dijo Sky mientras le hacía un gesto con la cabeza.—Te vas a hundir en la mierda por esto —respondió ella.—¿Por qué? ¿Por ir en busca de mi padre cuando corre peligro? No lo creo.Una reprimenda suave, como mucho —volvió a mover la cabeza—.El casco, Constanza.Ella hizo una mueca y se lo sacó de la cabeza.Sky se lo colocó sobre la suya sin molestarse en pedirle la protección de tela.El casco le quedaba un poco pequeño, pero no había tiempo para ajustárselo.Bajó el monóculo y se sintió satisfecho al ver cómo se encendía para mostrarle la mira de la pistola.La imagen se limitaba a tonos de verde grisáceo con retículos, números delimitadores de rango e informes de estado de las armas.Aquello no significaba nada para él, pero cuando miró a Constanza vio que la nariz resaltaba como una mancha blanca de calor.Infrarrojos; era lo único que necesitaba saber.Se metió dentro del pozo, consciente de que Constanza lo seguía a una distancia prudente.Ya no se oían gritos, pero sí voces.Aunque el tono no era elevado, no parecían nada tranquilas.Ya sí podía oír a su padre con bastante claridad; había algo raro en su forma de hablar.Llegó al nexo que conectaba las cabinas de los durmientes con aquel nodo.Las cabinas estaban dispuestas como radios que salían en diez direcciones, pero solo una de las puertas de unión estaba abierta.De allí llegaban las voces.Apuntó la pistola hacia delante y se movió hacia la cabina, hacia el pasillo normalmente oscuro y forrado de tuberías que conducía hasta ella.En aquellos momentos los pasillos brillaban en enfermizos tonos de verde grisáceo.Se dio cuenta de que estaba asustado.El miedo siempre había estado allí, pero hasta aquel instante, tras haber cogido la pistola y bajado hasta allí, no había tenido tiempo para prestarle atención.El miedo era algo casi desconocido para él, aunque no del todo.Recordaba la primera vez que lo había probado, solo en la guardería, traicionado y abandonado.En el pasillo podía observar a su propia sombra trazar formas fantasmales a lo largo de la pared y, durante un fugaz momento, deseó que Payaso estuviera allí con él para ofrecerle su guía y amistad.La idea de regresar a la guardería parecía de repente muy tentadora.Era un mundo ajeno a los rumores sobre naves fantasma o sabotajes, ajeno a las penurias presentes y reales.Se arrastró por un recodo del pasillo y vio una cabina frente a él: la cámara individual de soporte, llena de maquinaria, de un durmiente.Era como la sala funeraria de una iglesia, apestaba a antigüedad y reverencia.La habitación había estado fría hasta hacía muy poco, y casi todo se veía de color verde oliva o negro en su visor.Detrás de él, oyó hablar a Constanza.—Dame la pistola, Sky, y nadie sabrá que la cogiste.—Te la devolveré cuando pase el peligro.—Ni siquiera sabemos de qué peligro se trata.Quizá la pistola de alguien se disparara por accidente.—Y la cabina del durmiente se estropeó por casualidad también, ¿no? Sí, claro.Entró en la cabina y analizó la escena que encontró dentro.Los tres guardias de seguridad estaban allí, junto a su padre.manchas de color verde pálido con matices blancos.—Constanza —dijo uno de ellos—.Pensaba que ibas a cubrir.mierda.No eres tú, ¿verdad?—No, soy yo.Sky Haussmann.—Levantó el monóculo y la habitación quedó más oscura que antes.—¿Y dónde está Constanza?—Cogí su casco y su pistola, totalmente en contra de su voluntad.—Miró tras él esperando que Constanza hubiera escuchado su intento de exonerarla—.Opuso resistencia, creedme.La cabina era una de las diez que formaban un anillo, cada una de ellas alimentada a través de su propio pasillo que daba al nodo.Seguramente solo se habría entrado un par de veces en aquella sala desde el lanzamiento de la Flotilla.Los sistemas de soporte de los durmientes eran tan delicados y complejos como los motores de antimateria; tenían las mismas posibilidades de estropearse horriblemente si los toqueteaban manos inexpertas.Como faraones enterrados, los durmientes esperaban que nadie violara su lugar de reposo hasta que llegaran a su equivalente de la otra vida: el aterrizaje en Cygni-A.Solo estar allí parecía algo malo.Pero no tan malo como ver a su padre.Titus Haussmann estaba tumbado en el suelo y uno de los guardias de seguridad sostenía la parte superior de su cuerpo.Tenía el pecho cubierto de un fluido pegajoso y oscuro que Sky reconoció como sangre.Había tajos como precipicios en su uniforme, en los que la sangre se acumulaba profusamente y borboteaba de forma repugnante con cada trabajosa respiración.—Papá.—dijo Sky.—No te preocupes —respondió uno de los guardias—.Hay un equipo médico en camino.Lo que, pensó Sky, dada la pericia médica general a bordo del Santiago, era tan útil como decir que el cura estaba en camino.O el de la funeraria.Miró el cofre del durmiente; el crioataud con forma de plinto e incrustado de máquinas que llenaba casi toda la habitación.La mitad superior estaba rota y abierta, con enormes fracturas dentadas, como de cristal destrozado.Los trozos afilados caídos de la caja formaban un mosaico fortuito de cristal en el suelo.Era justo como si alguien dentro de la caja hubiera salido de ella a la fuerza.Y había algo dentro.El pasajero estaba muerto, o casi muerto; aquello era obvio [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.pero ahora que lo dices, no sería una idea tan absurda.¿Y si alguien, el que fuera, hubiera logrado meter a un saboteador en cada nave? Quizá el que estaba en el Islamabad fue el primero en despertar.Y sin previo aviso.—Quizá un aviso tampoco les habría servido de mucho en ese caso.Ella apretó los dientes.—Supongo que estamos a punto de averiguarlo.Por otro lado, puede que solo sea una cabina frigorífica estropeada.Entonces se oyeron los primeros disparos.Aunque lo que sucedía estaba teniendo lugar a decenas de metros bajo la zona de carga, los tiros se escuchaban con temible claridad.También los gritos.A Sky le pareció oír a su padre, pero era difícil saberlo con certeza: la acústica le daba un tono metálico a las voces y hacía las palabras indistinguibles y las diferencias de timbre borrosas.—Mierda —dijo Constanza.Durante un instante se quedó helada; después, comenzó a avanzar hacia el pozo de acceso.Se dio la vuelta y miró a Sky con ojos salvajes—.Quédate aquí, Sky.—Voy contigo.Es mi padre el que está ahí abajo.Cesaron los disparos, pero seguían los ruidos, sobre todo voces, subidas de tono hasta la histeria, y algo parecido al estrépito de cosas derrumbándose.Constanza comprobó la pistola de nuevo y después se la puso al hombro.Caminó hacia el pozo y se preparó para bajar las escaleras hacia los ecos de las profundidades.—Constanza.Sky cogió la pistola y se la arrancó del hombro antes de que ella tuviera tiempo para reaccionar.Constanza se dio la vuelta echa una furia, pero él ya la había adelantado y, aunque no la apuntaba directamente con el arma, tampoco la tenía apartada de ella.No tenía ni idea de cómo usarla, pero a Constanza debió parecerle lo suficientemente resuelto.Retrocedió con los ojos fijos en la pistola.Seguía unida a su casco mediante el cordón negro, estirado hasta el límite.—Dame el casco —le dijo Sky mientras le hacía un gesto con la cabeza.—Te vas a hundir en la mierda por esto —respondió ella.—¿Por qué? ¿Por ir en busca de mi padre cuando corre peligro? No lo creo.Una reprimenda suave, como mucho —volvió a mover la cabeza—.El casco, Constanza.Ella hizo una mueca y se lo sacó de la cabeza.Sky se lo colocó sobre la suya sin molestarse en pedirle la protección de tela.El casco le quedaba un poco pequeño, pero no había tiempo para ajustárselo.Bajó el monóculo y se sintió satisfecho al ver cómo se encendía para mostrarle la mira de la pistola.La imagen se limitaba a tonos de verde grisáceo con retículos, números delimitadores de rango e informes de estado de las armas.Aquello no significaba nada para él, pero cuando miró a Constanza vio que la nariz resaltaba como una mancha blanca de calor.Infrarrojos; era lo único que necesitaba saber.Se metió dentro del pozo, consciente de que Constanza lo seguía a una distancia prudente.Ya no se oían gritos, pero sí voces.Aunque el tono no era elevado, no parecían nada tranquilas.Ya sí podía oír a su padre con bastante claridad; había algo raro en su forma de hablar.Llegó al nexo que conectaba las cabinas de los durmientes con aquel nodo.Las cabinas estaban dispuestas como radios que salían en diez direcciones, pero solo una de las puertas de unión estaba abierta.De allí llegaban las voces.Apuntó la pistola hacia delante y se movió hacia la cabina, hacia el pasillo normalmente oscuro y forrado de tuberías que conducía hasta ella.En aquellos momentos los pasillos brillaban en enfermizos tonos de verde grisáceo.Se dio cuenta de que estaba asustado.El miedo siempre había estado allí, pero hasta aquel instante, tras haber cogido la pistola y bajado hasta allí, no había tenido tiempo para prestarle atención.El miedo era algo casi desconocido para él, aunque no del todo.Recordaba la primera vez que lo había probado, solo en la guardería, traicionado y abandonado.En el pasillo podía observar a su propia sombra trazar formas fantasmales a lo largo de la pared y, durante un fugaz momento, deseó que Payaso estuviera allí con él para ofrecerle su guía y amistad.La idea de regresar a la guardería parecía de repente muy tentadora.Era un mundo ajeno a los rumores sobre naves fantasma o sabotajes, ajeno a las penurias presentes y reales.Se arrastró por un recodo del pasillo y vio una cabina frente a él: la cámara individual de soporte, llena de maquinaria, de un durmiente.Era como la sala funeraria de una iglesia, apestaba a antigüedad y reverencia.La habitación había estado fría hasta hacía muy poco, y casi todo se veía de color verde oliva o negro en su visor.Detrás de él, oyó hablar a Constanza.—Dame la pistola, Sky, y nadie sabrá que la cogiste.—Te la devolveré cuando pase el peligro.—Ni siquiera sabemos de qué peligro se trata.Quizá la pistola de alguien se disparara por accidente.—Y la cabina del durmiente se estropeó por casualidad también, ¿no? Sí, claro.Entró en la cabina y analizó la escena que encontró dentro.Los tres guardias de seguridad estaban allí, junto a su padre.manchas de color verde pálido con matices blancos.—Constanza —dijo uno de ellos—.Pensaba que ibas a cubrir.mierda.No eres tú, ¿verdad?—No, soy yo.Sky Haussmann.—Levantó el monóculo y la habitación quedó más oscura que antes.—¿Y dónde está Constanza?—Cogí su casco y su pistola, totalmente en contra de su voluntad.—Miró tras él esperando que Constanza hubiera escuchado su intento de exonerarla—.Opuso resistencia, creedme.La cabina era una de las diez que formaban un anillo, cada una de ellas alimentada a través de su propio pasillo que daba al nodo.Seguramente solo se habría entrado un par de veces en aquella sala desde el lanzamiento de la Flotilla.Los sistemas de soporte de los durmientes eran tan delicados y complejos como los motores de antimateria; tenían las mismas posibilidades de estropearse horriblemente si los toqueteaban manos inexpertas.Como faraones enterrados, los durmientes esperaban que nadie violara su lugar de reposo hasta que llegaran a su equivalente de la otra vida: el aterrizaje en Cygni-A.Solo estar allí parecía algo malo.Pero no tan malo como ver a su padre.Titus Haussmann estaba tumbado en el suelo y uno de los guardias de seguridad sostenía la parte superior de su cuerpo.Tenía el pecho cubierto de un fluido pegajoso y oscuro que Sky reconoció como sangre.Había tajos como precipicios en su uniforme, en los que la sangre se acumulaba profusamente y borboteaba de forma repugnante con cada trabajosa respiración.—Papá.—dijo Sky.—No te preocupes —respondió uno de los guardias—.Hay un equipo médico en camino.Lo que, pensó Sky, dada la pericia médica general a bordo del Santiago, era tan útil como decir que el cura estaba en camino.O el de la funeraria.Miró el cofre del durmiente; el crioataud con forma de plinto e incrustado de máquinas que llenaba casi toda la habitación.La mitad superior estaba rota y abierta, con enormes fracturas dentadas, como de cristal destrozado.Los trozos afilados caídos de la caja formaban un mosaico fortuito de cristal en el suelo.Era justo como si alguien dentro de la caja hubiera salido de ella a la fuerza.Y había algo dentro.El pasajero estaba muerto, o casi muerto; aquello era obvio [ Pobierz całość w formacie PDF ]