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.Estoy convencido de que ahora es consciente de ello.—Te equivocas —repuso Hermógenes—.Está convencido de que tenía pleno derecho a quedarse con el dinero de un griego y me culpa de sus problemas por haber cometido la insolencia de negarme a aceptar eso, al igual que tú.—¡Porque desde luego eres un hombre insolente y conflictivo! —replicó Tauro inclinándose hacia delante con el entrecejo fruncido en actitud amenazadora—.Entiéndelo: podría acusarte de traición.Has rezado por la destrucción de Roma.Tengo testigos.Has estimado conveniente recriminarme que te pegara por ello, pero podría ejecutarte legítimamente.—Tus testigos también tendrían que declarar que maldije a los romanos durante un procedimiento que era a todas luces ilegal —dijo Hermógenes sin perder la calma—.No creo que te atrevas a llamarlos.En cuanto a mi opinión sobre Roma y los romanos, soy ciudadano romano y hasta que vine a esta ciudad estaba orgulloso de ello.Jamás he propugnado ni practicado la sedición.Nunca he reclamado la cancelación de las deudas ni he actuado como si las leyes promulgadas por el Senado y el pueblo no fueran válidas para mí y mis amigos.—¡Basta! —gritó Tauro, golpeando la mesa.Se hizo el silencio.Hermógenes notó un dolor renovado en el tobillo.Recordó que los guardias le habían quitado el vendaje y miró alrededor para comprobar dónde lo habían dejado.La larga tira de lino estaba debajo del banco.Fue hasta allí, la recogió, se sentó, se quitó la sandalia y comenzó a envolverse el pie otra vez aunque muy despacio debido a la lesión del brazo.—Has dicho —continuó Tauro— que Polión temía que hubieras adivinado lo suficiente de sus planes como para revelarlos.¿Qué has adivinado de ellos?Hermógenes se encogió de hombros.La venda estaba arrugada e intentó alisarla.—Me parece que abriga la intención de provocar algún desorden público.Disturbios o un incendio.Algo que le permita ofrecer dinero y ayuda al emperador para congraciarse con él, apoyado por el fervor popular.Por tu forma de hablar de él deduzco que es tu enemigo, y presumiblemente él cree que si intentara semejante artimaña mientras tú sigues con vida, sospecharías de él al instante y tomarías las medidas necesarias para ponerlo en evidencia, cosa que, como prefecto de la ciudad, estarías en buena posición para hacer.Rufo, por su parte, estaría en posición de ayudarlo gracias a su cargo de cónsul.Tauro gruñó.—No me basta con tu palabra, griego —dijo después de otro silencio.—En ningún momento he supuesto que te bastara.—Hermógenes anudó el vendaje y se puso la sandalia—.Habrás de hacer averiguaciones por tu cuenta, obviamente, y tal vez concebir el modo de descubrir qué intenciones tiene tu amigo.—Se incorporó, colocándose de nuevo frente al prefecto—.Descubrirás que todo lo que te he dicho se ajusta a la realidad.Tauro gruñó otra vez.—¿Cuándo recibirá tu carta Escipión?—El primero de julio.—Cuatro días —comentó el prefecto con fastidio—.No es mucho tiempo.Escipión es un hombre torpe y arrogante con más antepasados que cerebro; debemos mantenerlo apartado de un asunto tan delicado como éste a toda costa.Tendrás que recobrar la carta.—No.—Hermógenes sostuvo la mirada indignada del prefecto—.Sin embargo, si tuviera un buen motivo y el convencimiento de que nadie me está espiando, podría posponer el envío.Tauro apretó de nuevo los dientes.—Pongamos que a cambio de mi ayuda te pido primero que me entregues la carta.y los documentos.—No aceptaría —respondió Hermógenes sin vacilar—.No me has dado ninguna razón para confiar en ti.Tal como están las cosas, me parece poco probable que vayas a ayudarme.—¿Incluso si aceptara la hipótesis de que me has salvado la vida?—Mucho me temo que eres de la misma opinión que tu amigo: una deuda contraída con un griego es una deuda que puede pasarse por alto.El semblante del romano se ensombreció.—Te equivocas.Hermógenes se encogió de hombros.—Cuando demuestres tu buena fe, romano, no tendré inconveniente en admitir que me equivoqué al juzgarte y me alegrará reconocer que eres un hombre honorable.Hasta entonces me reservo mi opinión.¿Soy libre de marcharme?—No.Todavía no.—¿Soy tu prisionero, entonces?—¡No! —replicó el prefecto con impaciencia—.Eres un hombre a quien se le pide que aguarde en silencio mientras intento decidir qué voy a hacer.Hermógenes se apoyó contra la pared y descansó el pie lesionado sobre el banco.Reparó en Cántabra, que permanecía callada en el otro extremo de la habitación, con la toga que le había prestado puesta a manera de mantón.La cadavérica palidez de su rostro hacía destacar la cicatriz de la mejilla, y su expresión delataba que se hallaba bajo los efectos de una fuerte impresión.Hermógenes le hizo sitio en el banco y le indicó que se sentara a su lado.Cántabra titubeó por un instante y negó con la cabeza.Tras otro prolongado silencio, Tauro dijo despacio:—Me has sugerido que conciba una forma de averiguar qué intenciones abriga mi amigo.Creo que la mejor manera de tantearlo sería ofrecerte a él.Hermógenes bajó el pie del banco y se levantó sin prisas.Le sorprendió la serenidad que se había adueñado de él.—Así es como pagan sus deudas los romanos honorables, ¿verdad? —preguntó.Tauro levantó una mano con actitud intimidadora.—He hablado de ofrecerte, griego, no de entregarte.Él sabe que el asunto de la casa de la vía Tusculana me ha llevado a hacer indagaciones sobre ti.Podría decirle que te he apresado para interrogarte y que he hallado en tu poder ciertos documentos relativos a cierta deuda pendiente contigo.Si se siente seguro, informará a Polión.—Para sentirse seguro tendría que verme muerto y destruir los documentos —declaró Hermógenes indignado—.Y ni siquiera entonces admitiría que había acordado matarte.—Podría arreglármelas para que Polión también se enterase de que te tengo preso.—Tauro esbozó una sonrisa—.Según tú, ninguno de ellos sabe que oíste mi nombre.Podría darle a entender a Rufo que Polión te busca.Sin duda hablará si teme que vuelvas a caer en manos de Polión.Incluso si todo lo que dices es verdad, no creo que Rufo desee matarme.—Sus ojos comenzaron a encenderse—.Quizá también pudiera ofrecerte a Polión y ver qué tiene que decir al respecto.Sí.—Asestó un manotazo al escritorio y se levantó—.Necesito que cooperes conmigo en esto, griego.Es preciso que se convenzan de que te tengo y teman que me desveles algo o que yo te utilice en su contra.—¡Ya te he dicho que no pienso entregarte los documentos! —soltó Hermógenes, furioso.—¡Pues no lo hagas! —le espetó Tauro—.Lo único que mi plan requiere de ti es que te presentes en mi casa el día que te convoque y que interpretes el papel de prisionero delante de Rufo y Polión.—Prisionero —repitió Hermógenes con desconfianza— [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.Estoy convencido de que ahora es consciente de ello.—Te equivocas —repuso Hermógenes—.Está convencido de que tenía pleno derecho a quedarse con el dinero de un griego y me culpa de sus problemas por haber cometido la insolencia de negarme a aceptar eso, al igual que tú.—¡Porque desde luego eres un hombre insolente y conflictivo! —replicó Tauro inclinándose hacia delante con el entrecejo fruncido en actitud amenazadora—.Entiéndelo: podría acusarte de traición.Has rezado por la destrucción de Roma.Tengo testigos.Has estimado conveniente recriminarme que te pegara por ello, pero podría ejecutarte legítimamente.—Tus testigos también tendrían que declarar que maldije a los romanos durante un procedimiento que era a todas luces ilegal —dijo Hermógenes sin perder la calma—.No creo que te atrevas a llamarlos.En cuanto a mi opinión sobre Roma y los romanos, soy ciudadano romano y hasta que vine a esta ciudad estaba orgulloso de ello.Jamás he propugnado ni practicado la sedición.Nunca he reclamado la cancelación de las deudas ni he actuado como si las leyes promulgadas por el Senado y el pueblo no fueran válidas para mí y mis amigos.—¡Basta! —gritó Tauro, golpeando la mesa.Se hizo el silencio.Hermógenes notó un dolor renovado en el tobillo.Recordó que los guardias le habían quitado el vendaje y miró alrededor para comprobar dónde lo habían dejado.La larga tira de lino estaba debajo del banco.Fue hasta allí, la recogió, se sentó, se quitó la sandalia y comenzó a envolverse el pie otra vez aunque muy despacio debido a la lesión del brazo.—Has dicho —continuó Tauro— que Polión temía que hubieras adivinado lo suficiente de sus planes como para revelarlos.¿Qué has adivinado de ellos?Hermógenes se encogió de hombros.La venda estaba arrugada e intentó alisarla.—Me parece que abriga la intención de provocar algún desorden público.Disturbios o un incendio.Algo que le permita ofrecer dinero y ayuda al emperador para congraciarse con él, apoyado por el fervor popular.Por tu forma de hablar de él deduzco que es tu enemigo, y presumiblemente él cree que si intentara semejante artimaña mientras tú sigues con vida, sospecharías de él al instante y tomarías las medidas necesarias para ponerlo en evidencia, cosa que, como prefecto de la ciudad, estarías en buena posición para hacer.Rufo, por su parte, estaría en posición de ayudarlo gracias a su cargo de cónsul.Tauro gruñó.—No me basta con tu palabra, griego —dijo después de otro silencio.—En ningún momento he supuesto que te bastara.—Hermógenes anudó el vendaje y se puso la sandalia—.Habrás de hacer averiguaciones por tu cuenta, obviamente, y tal vez concebir el modo de descubrir qué intenciones tiene tu amigo.—Se incorporó, colocándose de nuevo frente al prefecto—.Descubrirás que todo lo que te he dicho se ajusta a la realidad.Tauro gruñó otra vez.—¿Cuándo recibirá tu carta Escipión?—El primero de julio.—Cuatro días —comentó el prefecto con fastidio—.No es mucho tiempo.Escipión es un hombre torpe y arrogante con más antepasados que cerebro; debemos mantenerlo apartado de un asunto tan delicado como éste a toda costa.Tendrás que recobrar la carta.—No.—Hermógenes sostuvo la mirada indignada del prefecto—.Sin embargo, si tuviera un buen motivo y el convencimiento de que nadie me está espiando, podría posponer el envío.Tauro apretó de nuevo los dientes.—Pongamos que a cambio de mi ayuda te pido primero que me entregues la carta.y los documentos.—No aceptaría —respondió Hermógenes sin vacilar—.No me has dado ninguna razón para confiar en ti.Tal como están las cosas, me parece poco probable que vayas a ayudarme.—¿Incluso si aceptara la hipótesis de que me has salvado la vida?—Mucho me temo que eres de la misma opinión que tu amigo: una deuda contraída con un griego es una deuda que puede pasarse por alto.El semblante del romano se ensombreció.—Te equivocas.Hermógenes se encogió de hombros.—Cuando demuestres tu buena fe, romano, no tendré inconveniente en admitir que me equivoqué al juzgarte y me alegrará reconocer que eres un hombre honorable.Hasta entonces me reservo mi opinión.¿Soy libre de marcharme?—No.Todavía no.—¿Soy tu prisionero, entonces?—¡No! —replicó el prefecto con impaciencia—.Eres un hombre a quien se le pide que aguarde en silencio mientras intento decidir qué voy a hacer.Hermógenes se apoyó contra la pared y descansó el pie lesionado sobre el banco.Reparó en Cántabra, que permanecía callada en el otro extremo de la habitación, con la toga que le había prestado puesta a manera de mantón.La cadavérica palidez de su rostro hacía destacar la cicatriz de la mejilla, y su expresión delataba que se hallaba bajo los efectos de una fuerte impresión.Hermógenes le hizo sitio en el banco y le indicó que se sentara a su lado.Cántabra titubeó por un instante y negó con la cabeza.Tras otro prolongado silencio, Tauro dijo despacio:—Me has sugerido que conciba una forma de averiguar qué intenciones abriga mi amigo.Creo que la mejor manera de tantearlo sería ofrecerte a él.Hermógenes bajó el pie del banco y se levantó sin prisas.Le sorprendió la serenidad que se había adueñado de él.—Así es como pagan sus deudas los romanos honorables, ¿verdad? —preguntó.Tauro levantó una mano con actitud intimidadora.—He hablado de ofrecerte, griego, no de entregarte.Él sabe que el asunto de la casa de la vía Tusculana me ha llevado a hacer indagaciones sobre ti.Podría decirle que te he apresado para interrogarte y que he hallado en tu poder ciertos documentos relativos a cierta deuda pendiente contigo.Si se siente seguro, informará a Polión.—Para sentirse seguro tendría que verme muerto y destruir los documentos —declaró Hermógenes indignado—.Y ni siquiera entonces admitiría que había acordado matarte.—Podría arreglármelas para que Polión también se enterase de que te tengo preso.—Tauro esbozó una sonrisa—.Según tú, ninguno de ellos sabe que oíste mi nombre.Podría darle a entender a Rufo que Polión te busca.Sin duda hablará si teme que vuelvas a caer en manos de Polión.Incluso si todo lo que dices es verdad, no creo que Rufo desee matarme.—Sus ojos comenzaron a encenderse—.Quizá también pudiera ofrecerte a Polión y ver qué tiene que decir al respecto.Sí.—Asestó un manotazo al escritorio y se levantó—.Necesito que cooperes conmigo en esto, griego.Es preciso que se convenzan de que te tengo y teman que me desveles algo o que yo te utilice en su contra.—¡Ya te he dicho que no pienso entregarte los documentos! —soltó Hermógenes, furioso.—¡Pues no lo hagas! —le espetó Tauro—.Lo único que mi plan requiere de ti es que te presentes en mi casa el día que te convoque y que interpretes el papel de prisionero delante de Rufo y Polión.—Prisionero —repitió Hermógenes con desconfianza— [ Pobierz całość w formacie PDF ]