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.Para tus adentros le habías puesto un nombre al amo, aunque no te atrevías a emplearlo ensu presencia, por supuesto.Lo llamabas Tarántula en recuerdo de tus terrores pasados.Tarántula, un nombre femenino, un nombre de animal repugnante que no encajaba ni con susexo ni con el extremo refinamiento que demostraba en la elección de sus regalos.Tarántula, sí, porque era igual que la araña: lento y misterioso, cruel y feroz, ávido eincomprensible en sus designios, oculto en algún lugar de esa morada donde te teníasecuestrado desde hacía meses, esa tela de lujo, esa jaula dorada cuyo carcelero era él y tú elprisionero.Habías renunciado a llorar, a lamentarte.En el aspecto material, tu nueva vida no suponíaningún sacrificio.En aquella época del año  ¿febrero?, ¿marzo? deberías estar en elúltimo curso del instituto, y en cambio te encontrabas allí, cautivo en aquel cubo dehormigón.Tu desnudez se había convertido en un hábito.El pudor había desaparecido.Tansólo las cadenas resultaban insoportables.Probablemente en mayo, si tus cálculos son fiables, aunque quizás ocurriera antes, seprodujo un acontecimiento extraño.El despertador marcaba las dos y media.Tarántula bajó averte.Se sentó en el sillón, como de costumbre, para observarte.Estabas dibujando.El selevantó y se acercó a ti.Tú te pusiste en pie para estar a su altura.Vuestras caras casi se tocaban.Veías sus ojos azules, únicos elementos móviles en unrostro impenetrable, petrificado.Tarántula levantó una mano para posarla en tu hombro.Condedos temblorosos, fue resiguiendo la línea de tu cuello.Te tocó las mejillas, la nariz, tepellizcó delicadamente la piel.El corazón te latía descompasadamente.Su mano, caliente, bajó hacia tu pecho; suave ydiestra, te recorrió las costillas, el vientre.Te palpó los músculos, la piel lisa y lampiña.Sin~36~~36~ duda te equivocaste al interpretar el significado de sus gestos.En efecto: cuando a tu vezintentaste acariciarle el rostro con gesto desmañado, Tarántula te abofeteó brutalmente,apretando los dientes.Te ordenó que te volvieras de espaldas y, de un modo metódico,prosiguió su examen, que se prolongó varios minutos.Cuando hubo terminado, te sentaste masajeándote la mejilla, que aún te escocía por elbofetón recibido.Él meneó la cabeza riendo y te alisó el pelo.Sonreíste.Tarántula salió.No sabías qué pensar de ese nuevo contacto, una verdadera revolución envuestras relaciones.Sin embargo, reflexionar sobre ello representaba un esfuerzo angustioso yexigía una energía mental de la que carecías hacía ya tiempo.Te pusiste de nuevo a dibujar sin pensar en nada.~37~~37~ 22Alex abandonó el puzle.Salió al jardín y se dedicó a tallar un trozo de madera,una raíz de olivo.El cuchillo penetraba en la masa seca, componiendo poco a poco,viruta a viruta, una forma tosca pero cada vez más precisa, la de un cuerpo de mujer.Se había puesto un gran sombrero de paja para protegerse del sol.Con una cerveza alalcance de la mano y absorto en ese trabajo minucioso, consiguió olvidarse de laherida.Por primera vez desde hacía mucho tiempo, Alex estaba relajado.El timbre del teléfono lo sobresaltó y estuvo a punto de pincharse con la punta dela navaja.Dejó caer la raíz de olivo y se quedó escuchando, desconcertado.El timbreseguía sonando.Alex, incrédulo, corrió hacia la casa y se plantó delante del aparatocon los brazos caídos: ¿quién sabía que él estaba allí?Empuñó el revólver, el Cok que le había quitado al poli después de habérselocargado.Era un arma más sofisticada que la suya.Temblando, descolgó.A lo mejorera un comerciante del pueblo, o la compañía de teléfonos, en fin, alguna tontería.Omejor aún, alguien que se había equivocado.Sin embargo, la voz que sonó leresultaba conocida.Era la del ex legionario en cuya casa se había refugiado tras elatraco.A cambio de una sustanciosa suma, el tipo había accedido a curar a Alex.Nohabía hecho falta extraer la bala, pues ésta había salido por la cara posterior del muslodespués de haber atravesado los cuádriceps.El hombre había conseguido losantibióticos y los apósitos necesarios y le había hecho deprisa y corriendo una suturaalgo chapucera [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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